La necesidad por encontrar metodologías que permitan el mejoramiento del aprendizaje conlleva a tomar decisiones que modifican la forma en que se enseña a través de los años. Aunque se espere que estos cambios sean para mejorar la calidad educativa algunas veces pueden acarrear un resultado completamente contrario.
El primer capítulo del texto Aprender a leer[1], de Bruno Bettelheim y Karen Zelan, permite a quienes lo leen plantearse interrogantes sobre la calidad de los métodos pedagógicos que se utilizan desde algún tiempo en la educación norteamericana. Asimismo, se ve como las practicas de enseñanza de lectura han ido desmejorando con cada reforma que se aplica, puesto que se ha pasado de una enseñanza de gran cantidad de palabras a una instrucción cada vez más reducida de vocablos, muchas veces marcados por la censura y el miedo a ofender creencias o pensamientos.
Resulta interesante comparar el contexto educativo de los Estados Unidos (reseñado en el texto) con la realidad educativa Colombiana. En el escrito se mencionan, en general, casos de aprendizaje de la lectura que bien podrían darse en cualquier lugar del mundo, por lo que podemos hacer una revisión desde la perspectiva latino americana.
En esa línea, el libro clarifica que uno de los problemas más comunes en la adquisición de la habilidad de lectura es que el niño no siente que el aprender a leer le resulte en una acción satisfactoria (al menos después de las primeras etapas donde se descifra por el gusto de usar una habilidad recién adquirida) De la anterior situación podríamos plantear los interrogantes sobre si ¿los niños colombianos son recompensados adecuadamente al adquirir su habilidad de lectura? ¿Tienen, esos niños, lecturas que aviven el interés por adentrarse aún más en este nuevo mundo de escritos?
Para responder a estas preguntas, es posible remitirse a al momento que se era estudiante y recordar el cómo se enseñaba a leer en ese entonces. En aquellos tiempos (aproximadamente entre 1990 y 1995) la cartilla de lectura era la principal herramienta para el maestro, frases como “Mi mamá me mima” o “ese enano malo no me anima, ni sana mi mano” son comunes entre los estudiantes de esa época (incluso de épocas anteriores) pero realmente un niño de edades entre 4 y 7 años ¿ve sentido en estas frases? Personalmente nunca estuve muy seguro de lo que querían decir esas frases de rima continua que parecían trabalenguas, pero ¿si mi mamá me mima porque buscar un enano malo que me anime y sane mi mano? Talvez lo más alarmante sea que incluso hoy, terminada la primera década del siglo XXI, el método de repetición es el mismo de principios del siglo XX.
Bettelheim, nos muestra que en su experiencia con niños algunos de estos sentían aversión hacia las lecturas sin sentido[2] (como en las nombradas anteriormente) por lo que se intuye que está metodología educativa, tan arraigada a la tradición de la enseñanza, no goza de interés por parte del alumno que potencialice el proceso y permita un interés que mantenga constante el aprendizaje.
Por otra parte, una de las cosas con las que discrepo de este texto es cuando el autor afirma que al preguntarle a los niños sobre las lecturas del colegio ellos respondieron unánimemente “que, de depender de ellos, jamás leerían semejantes porquerías”[3], es curioso pensar que un niño de primer grado utilice ese tipo de palabras, y aun cuando las utilizaran, no creo muy posible que lo hicieran por “unanimidad”, como afirma el autor, dado que, es realmente difícil logran un consenso entre un grupo de estudiantes de esa edad. Para probar mi punto, propongo como ejemplo la experiencia de algunas prácticas pedagógicas en las que participaron compañeros de la carrera, en ellas, algunos estudiantes, de primer grado, tenían problemas hasta para limpiarse el trasero por sí mismos, ahora como se espera que tomen decisiones unánimes sobre una temática que se presta a diversas interpretaciones y puntos de vista variados.