Nunca he sido bueno recordando (quienes me conocen sabrán entenderme). Es muy difusa mi primera experiencia formal con la lectura, no sé si realmente sea correcto decir que la que rememoraré sea la primera, pero estoy seguro que es la que aún persiste en mi mente (y eso ya es mucho).
Al parecer, era un atardecer frío (¿o quizá una mañana?) la punta de mis dedos suplicaban por un descanso y algo de calor, la sabana de Bogotá puede inclemente con los que no se abrigan. No me importaba seguir hojeando durante horas en mi adorada pila de imágenes a color. Revistas, le decía mi padre, me encantaban las revistas, mucho más que los monocromáticos periódicos. Los periódicos no me gustaban, talvez porque mis pequeños brazos no eran suficientes para abarcar la inmensidad de aquellos pliegos de papel. Las revistas, en cambio, eran adecuadas (por no decir perfectas) para mis aún cortas extremidades. National GeographicyMuy Interesante eran mis magacines favoritos, las ideas de la ciencia y el mundo natural siempre fueron fuertes en mi gusto personal, las coloridas panorámicas del mundo y los grandes acercamientos de los insectos eran mis cuadros preferidos.
No obstante, sentí gran curiosidad por los símbolos extraños que acompañaban las fotografías, letras, según escuche de mi mama. Esos signos se volvieron una obsesión para mí, tenía que saber por qué estaban hay, por qué perturbaban la simpleza y la grandeza de mis queridas imágenes.
Cuan equivocado estaba, tendrían que pasar algunos años, hasta que mi mente madurara lo suficiente, para entender que detrás de esas anomalías en mis fotografías se encontraba la llave que me condujo (desde la comodidad de mi hogar) a las grandes llanuras de África, a los helados picos del Everest y final mente a un universo infinito de mundos que podía conocer sin la necesidad de una sola imagen, mundos tan bastos que necesitarían de millones de imágenes para ser contados.
En aquella época todo era más simple, me levantaba, comía, jugaba, comía, veía revistas, comía y me iba a dormir. Eso era todo en mi vida.
Al cabo de un tiempo, la simpleza de mi existencia se vio truncada. Un día me dijeron que comenzaría a ir al "jardín". ¿Jardín? -pensé- ¿para qué? tenemos uno en la casa. Dos días después resulte en un cuarto lleno de pinturas y cosas de colores, donde nos cuidaban unas señoras a las que les decían “profe” y una cantidad de niños que correteaban por todos lados. Yo estaba muy asustado (al parecer lloré de miedo) es que todo era extraño y confuso. En general, el día trascurrió así, se acercaba la tarde, hasta que la “profe” nos pidió que nos reuniéramos a su alrededor unos minutos después todo aquello que me rodeaba y asustaba desapareció, pues unos momentos después supe lo que era un cuento.
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